Recuerdo cuando era niña y mi papá
manejaba un Fiat 128. Íbamos a algún lado. A veces pienso que era a Mar del
Plata, porque era un viaje largo y, además, nosotros nunca salíamos de paseo.
Salvo en febrero, que íbamos a Mar del Plata. Lo único que recuerdo era que de
pronto en un lugar donde no había nada aparecían filas de álamos. Una línea
verde contra el viento. Eso decía mi papá, que se plantaban los álamos para
atajar al viento. Que me fijara, decía, que siempre que había una fila de
álamos había una casa. Desde hace años, cada vez que paso por una fila de
álamos, cualquiera sea el destino, confirmo que más lejos o más cerca hay una
casa. Y siempre es la misma casa que yo veía cuando iba en el Fiat 128 de mi
papá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario